sábado, 23 de enero de 2010

Un día en las Montañas Azules



Me despierta el cacareo de un pájaro, parecido al aullido de un chango y junto a mí, una bella dama bajo un techo naranja. Hemos pasado dos noches acampando en el jardín de la casa de un hombre barbado, un buen samaritano que conocimos en el verano en Squamish trepando y que ahora es nuestro guía y maestro de los montes azules. Se trata de una cabaña un tanto vieja, con un jardincillo lleno de verduras y una cachorra a todo dar. Al hombre barbado, de nombre Mitch lo acompaña una mujer, Michelle, que se encarga de poner buena música todo el día.

Una vez más empacamos para pasar de unos brazos a otros; nos mudamos a la casa de otro feligrés que hemos conocido vía couchsurfing (www.couchsurfing.org/ para aquellos viajeros empedernidos que buscan conocer buenabanda y ahorrarse unos céntimos en hospedaje alrededor del globo). Pocas horas después nos encontramos en una zona de escalada deportiva. Parece que la roca australiana es la sandstone, con algunos cristales y de colores naranjas cafesosos, un poco dolorosa pero sabrosa al final. Después de algunos pegues sencillos, con el sol radioactivo sobre nuestros hombros, emprendimos una búsqueda un tanto desesperanzada de un encendedor que tiro el viejo Mitch al levantar el vuelo en un parapente la semana pasada en la zona de despegue; el hombre parecía afligido por sus fallidos intentos hasta que un grupo de intrépidos voladores apareció en la escena con un buen cartón de chela.

A pesar de que al principio los ausies, como bien se hacen llamar los neonativos de estas tierras, no me parecieron un pueblo muy acogedor, este grupo de voladores, entre otros personajes que tuve el gusto de conocer el día de hoy me hicieron cambiar de opinión: EN TODOS LADOS HAY DE TODO y toda la gente puede ser agradable, muy a su manera. Uno de los pilotos nos dio un buen breviario de lo que es volar en parapente y francamente me quede picao. Después otro de ellos comentó sobre un hecho que me zarandeó bastante: el hombre, de niño veía a los escaladores y decía que algún día sería como ellos; años después, trepado en la pared, veía a los papaloteros y lo mismo decía y helo ahí ahora, rockeando las termales. Con esto me di cuenta de cuantas cosas que desde niño he querido ser/hacer ya soy/he hecho, entre ellas conocer estos recónditos recovecos rinconeros así como el subcontinente indio, hace ya dos años; también vi que aquella pasión por trepar arboles y cerros ha evolucionado a una pasión por la roca, y que así todos los sueños que más recurren a nuestras cabezas y los que más arraigados tenemos, con un poco de galleta y necedad se alcanzan de una forma u otra.

A pesar de que cundía el hambre mía y de la de María, la cabeza nos dolía por solo comer un platón de avena en todo el día, proseguimos a hacer una parada en la casa de un camarada del hombre barbado. Cabe mencionar que este sujeto, de nombre Wayne había sido mi compañero de asiento en el vuelo de L.A. a Sydney, en una de las únicas filas con solo dos asientos (y ahora todos dicen: QUE CHIQUITO ES EL MUNDO! pueh hi). Wayne es arqueologo de profesión y trabaja con comunidades aborígenes. Nos enseñó varias fotos de pinturas rupestres y nos habló de su experiencia con los tribales, de sus propias iniciaciones y de una visión muy particular de la vida de estos antiguos y originales australianos; se trata de tres R que siguen para tratar al prójimo: construir una relación, respetarla y asumir las responsabilidades que esta conlleva. Esta filosofía, como el mismo arqueólogo lo dijo, se puede extrapolar a cualquier compromiso o proyecto que queramos hacer en nuestra vida, por ejemplo con un proyecto de pareja…

stenciles de manos e instrumentos aborígenes

Al convivio se unieron otros tantos seres pintorescos, entre ellos un pequeño güero de 3 años con más energía que el conejito de las pilas, más bien como un demonio de Tasmania, maravilloso, y un escultor, pintor y compositor en piano de música progresiva ambiental (¿?eso es lo que escuché). Al caer la noche Mitch nos fue a botar a un pueblillo llamado Katoomba, en donde nos esperaban las puertas abiertas de la que sería nuestra nueva casa. Erramos en la primera casa a la que tratamos de entrar por la puerta trasera, bueno que no había nadie, pero ahora me encuentro escribiendo bajo un paracaídas que cubre el techo de la sala de Brent, el couchsurfer y ambientalista extremista que espero conocer mañana…. Si, nos pidió sentirnos como en casa cuando él no está y ni siquiera nos conocemos físicamente.... tranquilamente.

Cabe mencionar que los bosques de esta islota son principalmente de eucalipto y estas montañas obtienen su nombre del hecho que al atardecer, los eucaliptos liberan su aceite y el reflejo de este hace que los cerros parezcan azulados. Si que hay canguros saltarines, he podido ver ya un par, pero lo más impresionante es la sarta de pajarracos coloridos que hacen todo tipo de suculentos sonidos y la vegetación extravagante, que oh si que es diferente que del otro lado del charco, flores alienígenas de todos tamaños, olores y colores.

Bueno, qué más les puedo decir?? Les narro un día maravilloso desde una tierra maravillosa y no miento al decirles que no la paso nada mal…. Si leen esto es porque los quiero gentes, asi que les mando un gran abrazo de oso, si festejan fiestas por estas fechas, pues pásenlo bonito y sino, también pásenlo muy sabroso y aprovechen el recalentado de los que si celebran y celebren hoy y siempre…… Luna NUEVA en AÑO NUEVO!!!! Que les parece, doble inicio de ciclo, doble renovación, agárrense y éntrenle con galleta….

1 comentario:

  1. Un gusto leer estos palitos llamados letras que escribe usted, hombre con pecosidades en los párpados.
    Le seguiré la pista, por el momento, desde estas tierras aztecas.
    Bendiciones divinas,

    T.

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